Tras unos primeros años de un concurso todavía por definir, en los que casi cabía de todo: desde un grupo haciendo play-back hasta tres chavales cantando flamenco, el formato poco a poco se iba definiendo en torno a la denominación “comparsa” (a pesar de que en la prensa de los primeros carnavales se hablaba de la modalidad “murga”).
El modelo no era homogéneo, pues había entre grupos íntegramente masculinos, algunas agrupaciones mixtas, como los protestones o los del pozo (después los del pozo menos uno). Musicalmente también había cierta disparidad, fundamentalmente en lo que se refiere al grupo de los protestones, al utilizar un acordeón, cuyo característico sonido constituía la base musical de sus repertorios.
Eran años dominados por los Cazurros y los Eméritos, acompañados por los Protestones, que siempre estaban en los primeros lugares. El número de agrupaciones no era muy elevado (5-6 cada año) destacando el concurso por su falta de normas, lo que se traducía en mayor frescura, a la vez que cierto caos. Había algo de competitividad en las tablas (pero no mucha), y un patio de butacas muy agradecido, para nada competitivo ni influenciado por razones de familiaridad, afinidad o amistad con los actuantes. Se aplaudía y disfrutaba mucho con los que los hacían bien, y se respetaba y también apoyaba a los que no lo hacían tan bien, pues por entonces era muy habitual ver agrupaciones que no cogían el tono de principio a fin (algo impensable e imperdonable hoy en día).
Pasaron los años, y el modelo fue evolucionando. Se introdujeron normas con influencia gaditana, que irremediablemente provocaron la desaparición de Los Protestones al prohibirse el acordeón, que como indicaba era la piedra angular de ese grupo.
Se pusieron de moda el uso de trajes aparatosos, que si me permiten fue iniciado por la Marara con sus marionetas, y sobretodo cigüeñas, a los que siguieron wáter, caballos o solchagas. Tendencia que fue magníficamente secundada por grupos como Chicos de Chunga con sus motoristas sobre caracol o guardias civiles a caballo, por unos infantiles Sureños disfrazados de botones, de angelitos sobre nubes o ratones de ordenador o los ya desaparecidos Escocíos con sus trajes de jirafas o sirenas.
Esos años en el concurso toma el relevo la Marara a los Cazurros en cuanto a victorias. Destaca además una cada vez mayor presencia de agrupaciones femeninas y la desaparición de agrupaciones mixtas.
Y así nos vamos adentrando en los años 90, década que conforme más se adentraba más se acrecentaba el declive de nuestro carnaval, aunque por el contrario el concurso va ganando en calidad y cantidad.
Tras un par de victorias de los Escocíos, los Chicos de Chunga, que siempre partían como firme candidato llega a ganar en una ocasión, con motivo del estreno del “carnaval romano”. La Marara también “picotea” de vez en cuando, y destaca especialmente la llegada de los Pilinguis, grupo, que a finales de los 90 y a principios del siglo XXI copa siempre los primeros puestos en el concurso.
Se abandonan los trajes aparatosos y se apuesta más por la afinación y la calidad musical y de letras.
Llegada de nuevos grupos como Tagorichi, Carcajá, Jotras, entre otras, provocan que el concurso vaya ganando en calidad. Destaca de aquella época los “piques” Marara- Pilinguis, los cuales solían repartirse los dos primeros premios, con permiso de otros grupos como Tagorichi.
Resulta irremediable la influencia gaditana, y aquellos grupos que disponen de un mejor conjunto de voces y quizás menos chispa de gracia, empiezan a evolucionar hacia la modalidad de comparsa típica de la Tacita de Plata.
Esto provoca la forzada necesidad (aún discutida por muchos) de separar dos modalidades: comparsas por un lado y chirigotas (paquete en el que se incluía el estilo seguido desde siempre por los grupos que paradójicamente se denominaban comparsas).
El volumen de grupos crece año a año, sobre todo los promovidos por chicas . Si bien ese crecimiento denota cierta debilidad estructural, por la necesidad de tener que compartir músicos muchas agrupaciones.
Conforme avanza el siglo XXI irrumpe en nuestro concurso algo inédito hasta ahora, como era la participación de agrupaciones foráneas, las cuales aportan su grado de calidad, de sorpresa y de cierto debate.
Y ahí estamos, con cierto estancamiento, pues, por un lado, se crean grupos en detrimento de otros, y por otro, algunas agrupaciones aburridas por la concursitis y su presión, han optado por la calle como lugar de interpretación de sus repertorios.
Hay quien dice que el concurso va a menos y que en otros años había más calidad y menos malos rollos. Yo no me atrevo a hacer esa valoración, aunque si detecto cierto estancamiento, a la vez que se echa de menos a gente. Pero esto lo que hay.
¿Y el año que viene? Ya se verá, pues eso es otra historia.